En una entrevista con Tiempo de San Juan, Gustavo Grobocopatel opinó sobre la política argentina, Milei, el peronismo y sus esperanzas. Habló del RIGI y del negocio minero. Su amor por Barreal, Huaco y las tonadas, y respondió al dilema entre semitas y tortitas mendocinas.
La primera pregunta tiene que ver con el lugar de donde usted viene. ¿Qué le imprime a un empresario ser del Interior?
Yo creo que la gente del Interior en general, por más que mi caso es a 300 kilómetros de Buenos Aires pero yo me siento del Interior, nos pone más en contacto con la realidad. La realidad no está tan intermediada como en las grandes urbes. Estás más en contacto con la tierra, con la gente. En general no hay separaciones de clases. Entonces estás en contacto con gente más humilde, más pudiente, de distintas culturas. Y eso nos hace más empáticos. O sea, nos conecta mucho más rápidamente con la gente, no importa de qué sector social o qué origen tenga. Me parece que esa es una impronta muy particular de los que somos del Interior.
Usted es ingeniero agrónomo. ¿Pesó el mandato familiar para decidir ser ingeniero agrónomo?
-Sí, por supuesto. Es indudable. Estoy contento de haber estudiado agronomía. Creo que lo volvería a estudiar. Siempre me cuenta mi vieja que cuando tenía 11 años mi padre fue a comprar un pequeño campo y antes de ir a comprarlo me sentó con 11 años y me dijo: -Mirá que ese campo es para vos. ¿Lo vas a trabajar vos o…? Me estuvo bajando línea.
Apenas te recibiste, un tiempo fuiste docente dentro del ámbito universitario. ¿Qué es lo que sacó de esa experiencia como docente y también, de alguna manera, en qué momento decidió: -Tengo que seguir y tengo que abocarme de lleno a la vida empresarial?
-Lo de docente y lo de la cabeza de investigador es algo que lo he tenido siempre, aun siendo empresario he sido un empresario con vocación de la exploración, de lo que ahora se llama innovación. Tengo siempre una cabeza curiosa sobre temas vinculados con lo científico, lo social. Entonces primero me tocó y elegí ser docente en la universidad y también investigador. Eso fue durante los primeros ocho años de carrera mía. Y después, en la empresa, cuando ya me aboqué directamente a la empresa. La empresa siempre fue como una especie de laboratorio para mí. O sea, la vida es un laboratorio, la vivo con mucha curiosidad e interés.
«Cuando haya algún liderazgo que permita suturar esas grietas y encauzar la energía, Argentina debería cambiar rápidamente. Estamos esperando esa especie de Mesías»
Gustavo grobocopatel
¿Te dio el arte algo en particular en ese proceso de expansión? ¿Sentís que le debés algo al arte en ese sentido?
-Yo creo que sí, creo que mucho. El arte, el pensamiento artístico ayuda a comunicar mejor. Y hoy, ya sabemos, la comunicación es todo. Desde que te pones de novio, en la empresa, en el trabajo, el que tiene desarrollado el pensamiento artístico comunica en forma más asertiva, más empática, más emotiva. Entonces ayuda mucho. Cuando vos liderás, tenés que tener desarrollado el tema de la comunicación. Pero también el pensamiento artístico está vinculado con la creatividad. Y hoy, para ser empresario, la creatividad es muy importante. Tener esa capacidad de adaptarte, la flexibilidad. El pensamiento artístico también, y más si hacés música, que es el caso mío, tocar con un conjunto te hace trabajar en equipo. Entender lo que es trabajar en equipo. El respeto a los demás, el coordinar, el liderar en determinadas situaciones, pero en otras situaciones dejar liderar a otro. Por eso pienso que la cultura, el arte, desde el punto de vista de la educación, es central hoy. Quien participa de una orquesta o de un coro, está mucho mejor formado para la vida empresarial y otras, que uno que no lo hace.
¿Cómo es ser empresario del agro sin tierras?
Ese es uno de los grandes aportes que hicimos en la empresa. Poder mostrar que se puede ser agricultor sin tener tierra propia, porque lo arrendás. Pero yo lo explico sacando el tema de la tierra, porque siempre la tierra es más primitiva en algún aspecto. Cuando uno va a un banco en San Juan, a uno no se le ocurre preguntarle al gerente del banco si el edificio donde está el banco es de él. Es decir, uno va al banco porque hay un flujo de dinero. ¿Qué pasa? No importa quién es la propiedad del stock, de los ladrillos. En el campo es algo parecido, no importa quién es el dueño de la tierra, importa quién la produce y quién genera el flujo de producción. La propiedad, tanto para el banco como para el productor agrícola, es una inversión en stock. Pero el mundo que vivimos de la globalización es un mundo de flujos, no es un mundo de stock. Quien mejor gestiona los flujos, tiene más éxito.
¿Cómo ve Argentina hoy?
Es un país que tiene un montón de paradojas, contradicciones, desafíos que te permiten estar al mismo tiempo entusiasmado y con esperanza, pero también con igual nivel de preocupación y de dolor. Argentina es un país que tiene una cantidad enorme de oportunidades en muchos sectores. Estamos hablando de San Juan, la minería, pero también la energía, el turismo, obviamente la agricultura, las empresas… Hay muchos sectores que tienen muchas cosas para dar al mundo y que los fundamentos son positivos. Nos falta todavía la capacidad de organizarnos, de ponernos de acuerdo, de crear procesos colectivos. Vivimos entrampados en grietas múltiples. Cuando haya algún liderazgo que permita suturar esas grietas y encauzar la energía, Argentina debería cambiar rápidamente. Estamos esperando esa especie de Mesías.
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