En esta columna, Gustavo Grobocopatel y Carlos March analizan de qué manera el Presupuesto Nacional, junto al esfuerzo consensuado de todas las fuerzas políticas, podrían ser una herramienta para comenzar a ordenar las cuentas públicas.
Las elecciones sustanciales no son las que aparecen en la superficie del debate público porque omite cuestiones centrales. Los políticos,en su mayoría, siguen concentrados en cómo acceder al poder, o mantenerlo, a cualquier precio. Por lo general un precio alto que termina pagando el electorado. La agenda pública que tratan de imponer responde a sus intereses particulares, muy alejadas del interés general y del bien común.
Luego de la crisis del 2001 y del “que se vayan todos” pensamos que el tremendo costo iba a ser capitalizado con una política renovada. Después de más de 20 años, las cosas se volvieron peores. Los liderazgos están lejos de encuadrar en sistemas y son encarnados en referentes sin inspiración, sin ideas,enredados en sus propias limitaciones. En estos tiempos, el “que se vayan todos” cambió piedras por votos; el desencanto de entonces continúa convertido en la indignación del presente.
Las elecciones ofrecen una nueva oportunidad a la sociedad solo cuando quienes resultan electos revisan el pasado para convertirlo en aprendizajes, reforman el presente de manera estructural y crean las condiciones de un futuro justo, sustentable e inclusivo.
Sin calidad en la oferta de candidatos y propuestas y sin participación comprometida de la ciudadanía, la oportunidad real vacía a la oportunidad institucional. Un sistema electoral que funciona para votar a representantes que fracasan no habilita posibilidades. Lo que ocurre entonces es que tenemos presidentes con legitimidad de origen que pierden inmediatamente la legitimidad de gestión.
Podemos comenzar por analizar el rol del Estado, de su presupuesto y financiamiento porque al ser ordenadores de la gestión de lo público debería ser uno de los primeros temas a resolver. El día después de la elección es el momento indicado. Para avanzar en estas sustanciales y primarias elecciones se precisa de políticos que pasen a ejercer su rol de representantes o funcionarios poniéndose al servicio del pueblo. No creemos que haya mayor legado que ser servidor público y quedar en la historia por los aportes al interés colectivo.
Pensamos que el Estado no funciona como debería. Es extraño que el tema no aparezca en los discursos, debates públicos o encíclicas. No es un tema a pesar de que los recursos en los últimos años fueron duplicados y sin embargo la pobreza creció en la misma proporción y también casi se duplicó; al mismo tiempo, el crecimiento económico es mucho menor que el de nuestros hermanos de Latinoamérica, poco entendible para un país con más recursos que la mayoría de los vecinos.
El Estado en los últimos años creció en forma anárquica, sin estrategia ni planeamiento. Quienes hablan de un Estado presente o de mayor calidad lo convirtieron en una estructura de calidad ausente, debilitándolo. Los bienes y servicios públicos son de baja calidad. El presupuesto público en la actualidad se construye sin saber qué hacer y entonces es muy difícil asignar de manera eficiente los recursos, porque es imposible proyectar lo que se ignora. Así, el presupuesto, que debería ser una herramienta orientadora y rigurosa, tiene la precisión de un horóscopo.
Hoy no hay espacio para emparches y se debería aprovechar esta nueva oportunidad para hacer las cosas bien y rápido, porque son millones los argentinos a los que se les agotó el tiempo. Frente a esta situación, nuestra sugerencia es elaborar un “presupuesto base 0” para el Estado. Se trata de diseñar el sistema mínimo en función de lo que necesitamos y de las metas que sean definidas. Esta herramienta se emplea en las empresas para hacerlas más eficientes y viables; ello implica energía, coraje, disciplina, visión y también es la gran oportunidad que tenemos para dar vuelta la página.
Deberíamos pensar definir y ejecutar lo que como sociedad anhelamos para establecer lo mínimo que necesitamos para que el Estado funcione. Esto va a favor del Estado, pues busca fortalecerlo y ponerlo al servicio de la gente. El “presupuesto base 0” nos permitirá definir la organización y los recursos necesarios para poner rumbo definido en la autopista del desarrollo sostenible y dejar de dar vueltas en la rotonda del estancamiento.
Es muy probable que la estructura del Estado argentino este sobredimensionada; deberíamos entonces implementar un programa que sincere esta situación para permitir la reinserción laboral de quienes no cumplan funciones en la nueva estructura estatal. Un programa que brinde las condiciones para que dispongan del tiempo que demande esa reinserción. Una posibilidad sería seguir pagando los salarios por 5 años con una quita razonable y sostenerlo aunque consigan otro trabajo. Pueden haber otros mecanismos de consensos para que este proceso sea sostenible en el tiempo. El problema podría ser también no la dimensión del Estado,sino su eficiencia y eficacia; entonces habría que trabajar desde allí, pero con la base racional que da el “presupuesto base 0”.
Este es un ejemplo de cómo podrían hacerse las transformaciones, sin motosierras ni bisturíes, con una transición conocida por todos y acordada por las mayorías, con la firme convicción de que esto nos llevará a un Estado de mejor calidad al servicio de los ciudadanos. En la medida en que sepamos hacia dónde vamos, con coraje y esperanza, la energía será debidamente canalizada, acelerando los tiempos de las transformaciones. Y el futuro llegara más rápido y libre de entropía.
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